martes, 18 de octubre de 2011

El trasfondo ideológico del “Yo voto a Cristina”

Apenas faltan 7 días para los comicios presidenciales, pero el clima político tenso y de infinita cantidad de propuestas que comúnmente se respira en el aire, en la sociedad y sobre todo en los medios antes de una elección pareció evaporarse de golpe en el atardecer del 14 de agosto, con la obtención de Cristina de un 52 % del total de los votos y con el condimento especial de una diferencia de 38 puntos con el segundo.

Un kirchnerista afirmaría, sonriente, que una de cada dos personas que entraron al cuarto oscuro eligió a la actual Presidenta para otro período de gobierno, mientras que un opositor, tal vez no tan sonriente, tendería a pensar que una de cada dos personas que entraron al cuarto oscuro no la eligió para otro período de gobierno, configurándose  así una sociedad dividida en dos y con ideas radicalmente opuestas.

¿Por qué ganó Cristina? Pregunta compleja si las hay, la respuesta se puede contestar desde varios ángulos, siendo el primero de ellos, por reciente y por insistente, los continuos atentados de la oposición contra sí misma y el consiguiente sabotaje de sus posibilidades de  llegar a la Casa Rosada. Pero esa respuesta esquiva un álgido debate acerca de la política de gestión de la sucesora de Néstor Kirchner durante los últimos años.

Desde que asumió en el 2007, Cristina insiste en cada discurso con la “profundización del modelo que se viene construyendo desde 2003”, con las figuras siempre presentes de Perón y Evita como estandartes y modelos a seguir y con una política de gestión que favorezca a los más necesitados: Asignación Universal por Hijo, Jubilación para Amas de Casa, netbooks para todos los chicos, Fútbol para Todos...

Este conjunto de medidas, cuya naturaleza es esencialmente peronista, constituyeron el núcleo de éxito de Cristina en las primarias y revalidaron la receta diseñada por Perón hace más de 65 años, con un claro apoyo a las masas, (“darle al pueblo lo que es del pueblo”) y de enfrentamiento ante el campo.  Por supuesto, existen otros factores que influyeron en el éxito, pero estos sean tal vez los de más validez e importancia.

Votarla o no votarla, esa es la cuestión

El debate comienza cuando los argumentos para apoyar de los oficialistas se convierten en fundamentos para criticar de los opositores. La decisión de tomar medidas que favorezcan a quiénes fueron perjudicados gravemente camina sobre un fino límite que no siempre está del todo claro en su naturaleza: ¿se trata realmente de ayudar a todos? ¿O es simplemente una medida demagógica cuyo único objetivo a alcanzar es la suma de votos?

Más allá del posicionamiento acerca de esta cuestión se pueden observar críticas de otra índole, como lo es, por ejemplo, la acusación de corrupción durante la gestión kirchnerista. No son pocos los casos que se han ido sucediendo en estos años, con una furiosa cobertura de los medios (sobre todo del Grupo Clarín) para luego caer en el olvido.

El caso de Schoklender y las contradicciones del juez en el caso Sobrero constituyeron los ejemplos más reciente, pero la lista se amplía con la valija de Antonini, la bolsa de Miceli, el caso Skanska y el supuesto enriquecimiento ilícito de Jaime. La sumatoria de estos ejemplos, donde en ninguno de los cuales se llegó a una resolución, sumadas a la desconfianza por los números del INDEC, y la inseguridad llevaron a millones de argentinos a no votar a la actual Presidenta.

Los favorecidos por las medidas de Cristina la eligieron en las primarias y lo volverán a hacer este 23 de octubre, tal vez como muestra de apoyo y agrado por un Gobierno que les dio algo luego de que durante años los políticos se olvidaran del pueblo. No lo ven como demagogia, sino como un real interés de los kirchneristas por ayudarlos y por lo tanto, no creen en las acusaciones de corrupción, o, en todo caso, no las consideran importantes.

En cambio, aquellos que no votaron por Cristina en las PASO y tampoco volverán a hacerlo este 23 de octubre tal vez consideren que las medidas propuestas, si bien favorecen al pueblo, sólo suponen “pan para hoy, hambre para mañana”, y por sí solas no constituyen un argumento de peso que iguale a las sospechas de corrupción. ¿Quién tiene razón? Por ahora todos y al mismo tiempo nadie. La respuesta vendrá, sola, con el tiempo.