Apenas faltan 7 días para los
comicios presidenciales, pero el clima político tenso y de infinita cantidad de
propuestas que comúnmente se respira en el aire, en la sociedad y sobre todo en
los medios antes de una elección pareció evaporarse de golpe en el atardecer
del 14 de agosto, con la obtención de Cristina de un 52 % del total de los
votos y con el condimento especial de una diferencia de 38 puntos con el
segundo.
Un kirchnerista afirmaría,
sonriente, que una de cada dos personas que entraron al cuarto oscuro eligió a
la actual Presidenta para otro período de gobierno, mientras que un opositor,
tal vez no tan sonriente, tendería a pensar que una de cada dos personas que
entraron al cuarto oscuro no la eligió
para otro período de gobierno, configurándose
así una sociedad dividida en dos y con ideas radicalmente opuestas.
¿Por qué ganó Cristina? Pregunta
compleja si las hay, la respuesta se puede
contestar desde varios ángulos, siendo el primero de ellos, por reciente y por
insistente, los continuos atentados de la oposición contra sí misma y el
consiguiente sabotaje de sus posibilidades de llegar a la Casa Rosada. Pero esa
respuesta esquiva un álgido debate acerca de la
política de gestión de la sucesora de Néstor Kirchner durante los últimos años.
Desde que asumió en el 2007,
Cristina insiste en cada discurso con la “profundización del modelo que se
viene construyendo desde 2003”, con las figuras siempre presentes de Perón y
Evita como estandartes y modelos a seguir y con una política de gestión que favorezca
a los más necesitados: Asignación Universal por Hijo, Jubilación para Amas de
Casa, netbooks para todos los chicos, Fútbol para Todos...
Este conjunto de medidas, cuya
naturaleza es esencialmente peronista, constituyeron el núcleo de éxito de
Cristina en las primarias y revalidaron la receta diseñada por Perón hace más
de 65 años, con un claro apoyo a las masas, (“darle al pueblo lo que es del
pueblo”) y de enfrentamiento ante el campo.
Por supuesto, existen otros factores que influyeron en el éxito, pero
estos sean tal vez los de más validez e importancia.
Votarla o no votarla, esa es la cuestión
El debate comienza cuando los argumentos
para apoyar de los oficialistas se convierten en fundamentos para criticar de
los opositores. La decisión de tomar medidas que favorezcan a quiénes fueron
perjudicados gravemente camina sobre un fino límite que no siempre está del
todo claro en su naturaleza: ¿se trata realmente de ayudar a todos? ¿O es
simplemente una medida demagógica cuyo único objetivo a alcanzar es la suma de
votos?
Más allá del posicionamiento
acerca de esta cuestión se pueden observar críticas de otra índole, como lo es,
por ejemplo, la acusación de corrupción durante la gestión kirchnerista. No son
pocos los casos que se han ido sucediendo en estos años, con una furiosa
cobertura de los medios (sobre todo del Grupo Clarín) para luego caer en el olvido.
El caso de Schoklender y las
contradicciones del juez en el caso Sobrero constituyeron los ejemplos más
reciente, pero la lista se amplía con la valija de Antonini, la bolsa de
Miceli, el caso Skanska y el supuesto
enriquecimiento ilícito de Jaime. La sumatoria de estos ejemplos, donde en
ninguno de los cuales se llegó a una resolución, sumadas a la desconfianza por
los números del INDEC, y la inseguridad llevaron a millones de argentinos a no votar
a la actual Presidenta.
Los favorecidos por las medidas
de Cristina la eligieron en las primarias y
lo volverán a hacer este 23 de octubre, tal vez como muestra de apoyo y agrado
por un Gobierno que les dio algo luego de que durante años los políticos se
olvidaran del pueblo. No lo ven como demagogia, sino como un real interés de
los kirchneristas por ayudarlos y por lo tanto, no creen en las acusaciones de
corrupción, o, en todo caso, no las consideran importantes.
En cambio, aquellos que no
votaron por Cristina en las PASO y tampoco volverán a hacerlo este 23 de
octubre tal vez consideren que las medidas propuestas, si bien favorecen al
pueblo, sólo suponen “pan para hoy, hambre para mañana”, y por sí solas no
constituyen un argumento de peso que iguale a las sospechas de corrupción.
¿Quién tiene razón? Por ahora todos y al mismo tiempo nadie. La respuesta
vendrá, sola, con el tiempo.